Ayer pude compartir con un grupo de mujeres maravillosas con
historias distintas pero con la experiencia de la maternidad en común. La
dinámica de grupo siempre me ha cautivado desde la perspectiva profesional como
psicóloga y desde la perspectiva humana. No hay nada que se compare a la
apertura honesta entre seres humanos sobre una historia personal. El compartir
lagrimas, un toque alentador y sonrisas nos humaniza y nos sana.
Al grupo de apoyo de ayer asistió una
mujer quien experimentó dos pérdidas perinatales –una en el año 1970 y otra en
el 1971. Su historia es tan relevante y vigente como si hubieran pasado hoy.
Cuarenta años mas tarde logra encontrar un espacio como el de ayer con mujeres
que entienden su pérdida y le permiten hablar de ella sin temor. Cuando no nos
permiten llorar, las lagrimas se nos acumulan por años.
Su historia nos impartió esperanza por su
entereza personal y porque pudimos notar ciertas diferencias en el trato
hospitalario. En los años 70, no
le enseñaban los bebes a las madres-se los llevaban de su vientre y “disponían”
de ellos como les dictara la conciencia. Esto resultó en un sin numero de madres
que nunca conocieron a su bebé que perdieron, que cuidaron y que amaron por el
tiempo de su gestación. Estas madres y padres no tienen a donde ir a recordar a
sus hijos, no tienen más que el recuerdo en su corazón.
Hoy en día, aunque nos falta MUCHO por
hacer, la mayoría de los
hospitales parecen reconocer el derecho de los padres de escoger ver a su bebé
y de decidir donde enterrarlos o cremarlos. Sin embargo, escuchamos también
historias de hoy donde la insensibilidad permean, donde los comentarios
hirientes son la norma y el reflejo de un miedo social-cultural a hablar
abiertamente sobre la muerte.
Es asombroso las prácticas y reacciones
de algunos profesionales de la salud ante la vulnerabilidad y vivencia de
madres, padres, abuelos/as, hermano/as, tío/as que han perdido un ser tan
esperado. Espero poder aportar al crecimiento de estos profesionales para que
mejoren sus destrezas de comunicación y su humanización ante el duelo de
otro/a. Entiendo que al reunirnos
en estos espacios de apoyo no solo sanamos nuestras heridas de la manera
más humana sino que preparamos el camino para los cambios necesarios a nivel
social.
“En una
última y violenta protesta contra lo inexorable de una
muerte
inminente, sentí como si mi espíritu rasgara mi tristeza
interior
y se elevara por encima de aquel mundo desesperado,
insensato,
y por algún lugar escuché un victorioso “sí” en
respuesta
a mi pregunta sobre si la vida escondía en último
término algún sentido”. VFrankl